Por Froilán Meza
Un día, al hombre lo atropellaron en Río Grande Mall, falleció ahí mismo, tirado en la calle, desangrado. Con el tiempo se forjó una leyenda a base de juntar los variados relatos de los vigilantes y de distintas personas que aseguraban que por la noche veían al pobrecito dando vueltas en la calle, y maniobrando como cuando vivía. Era ya, aseguraban, un fantasma.
Esta es la leyenda del Mustang, como se cuenta todavía en Juárez, después de casi cuarenta años de los sucesos en que se basa.
Dicen que el pobre se estacionaba tratando de quedar bien colocado para que no le pegaran un portazo los automóviles que llegaban a los lados. Cuando se iba, salía de reversa y ponía las direccionales para avisar que se retiraba.
Conducía con todas las precauciones, y casi siempre iba por el carril de la derecha, pegado a la banqueta. Era, sin duda, un conductor experto y precavido. Tal vez un poco lento…
Sólo que su auto era imaginario. Más bien, él era el auto, porque creía ser un Mustang 1967, y no había argumento alguno que lo desengañara de tal creencia.
Cuentan los juarenses que el “Güero” Mustang, cuyo nombre ya se perdió para la historia, era hijo en una las familias más ricas de la ciudad. Como correspondía a su clase social, al “Güero” lo enviaron a estudiar a California durante los rebeldes años sesenta.
Sin embargo, no pudo completar una carrera universitaria porque pudo más la vida desordenada en que se embarcó, y la afición a las drogas, que terminó por quedar trastornarlo de sus facultades mentales. Regresó a Juárez derrotado, sin ambiciones y con una marcada adicción a la mariguana, a los ácidos y a la cocaína. Sus padres se dieron cuenta de que, además, el infeliz desarrolló una enfermedad mental.
El “Güero” tomó la personalidad de un Mustang modelo 67, con todo y sus accesorios. Dicen que podía recitar de memoria todas las características mecánicas de este tipo de automóviles, la potencia de su motor, las especificaciones de la estructura sobre el chasís, la suspensión, el sistema de frenado, la velocidad máxima posible, el rendimiento en el consumo de gasolina, el carburador, etcétera. Sin duda era un experto, y más porque se trataba de sí mismo.
El padre lo desheredó, lo corrió de la casa, avergonzado por tener a un hijo así. No le cupo en la cabeza al señor que al “Güero” se le podía tratar en una buena institución.
El orate se dedicó durante varios años a deambular por las calles de Juárez. Creyendo que era un Mustang se “estacionaba”, es decir, se dormía en los cajones de estacionamiento de los centros comerciales.
Murió atropellado en Río Grande Mall y su leyenda impide que los juarenses lo olviden. Por cierto, dicen que, en las noches de este verano que acaba de pasar, el “Güero” Mustang se ha aparecido en la parte Sur del estacionamiento de este mall, y que lo han visto después de las 23:00 horas, para horror de los empleados de limpieza.
